lunes, 18 de agosto de 2014

Alejandro Aravena (Santiago, Chile, 1967)




En Chile hay magníficos arquitectos. Entre ellos, el que más me gusta, es Alejandro Aravena. Su proyecto en Quinta Monroy, en el que entregó viviendas que los propietarios fueron terminando ellos mismos, es paradigmático: entregar un módulo mínimo que permita el acceso a la vivienda sin renunciar a la autoconstrucción y la mejora posterior. El proyecto, por lo que veo en las fotografías, funciona.

Entre mis viejos papeles -esos que guardo, echo un vistazo y tiro de vez en cuando- he encontrado una vieja entrevista a Alejandro Aravena. Transcribo las opiniones que comparto con él:

Dije no en un momento de mi vida a la arquitectura, entre 1995 y 1997. Renuncié a la arquitectura y me dediqué a otra cosa. Para hacer estupideces, decidí mejor no hacer nada. Trabajé en un bar. Es mejor hacer algo bien, cualquier cosa, que mediocremente lo que se supone que es bueno. 

Soy idealista, pero también muy pragmático. En un momento determinado hay que bajar las necesidades al máximo y vivir con lo que tienes. No se necesita demasiado para vivir. Lo que necesitas para estar contento es más bien poco, pero tienes que estar satisfecho con lo que haces. En Chile (posiblemente extensible al resto de América Latina) para ganarse la vida como clase media teniendo una formación universitaria, uno llega a fin de mes con casi cualquier cosa. 

Yo no aspiraba a mucho desde el punto de vista económico, pero sí desde el punto de vista profesional. Y con un conjunto de clientes muy malos, uno tras otro, tenía más sentido dedicarse a otra cosa y esperar. 

En el tercer año de carrera teníamos un taller clave: hacer una vivienda unifamiliar. Los alumnos debíamos elegir el lugar, el cliente. ... Casi todos los compañeros elegían un cliente excéntrico. Un artista, por ejemplo. Se tendía a pensar que la calidad del cliente, aseguraba la calidad del proyecto. Yo elegí un taxista. El taxista existía. Se llamaba Morales y ayudaba a mi padre a preparar curanto (una comida chilena que se prepara bajo tierra, con mariscos y carne). Pensando en él, yo me preguntaba: ¿qué es calidad de vida para una persona que debe tomar el transporte público todos los días, que pasa horas en un bus o en el metro. ¿Qué puede aportarle la arquitectura a alguien como él?. 

En Chile, dentro de todo, opera la meritocracia. En las obras de cierta importancia no hay encargos. Hay una institución que tiene que escoger y concursas por méritos. Sin esa meritocracia, yo no existiría. 

Un proyecto es una inversión. Tú mismo te construyes el próximo cliente. 

Para atender ciertos encargos, no se puede no crecer. No tengo resuelto el tamaño del estudio. 

Me produce placer viajar llevando muy poco. Es una satisfacción personal necesitar muy poco.