viernes, 16 de noviembre de 2012

I.M. Pei


Maqueta de la intervención de Pei en el Museo del Louvre (París). Magnífica obra. A propósito de ella:


También la restauración de monumentos es disciplina cambiante. En esencia implica un planteamiento intelectual frente al concepto que en cada momento presente se tiene del tiempo pasado. Ejemplo máximo de ello supone el uso de la restauración de monumentos como herramienta política de propaganda, no solo de regímenes totalitarios, sino también y más preocupante, de gobiernos aparentemente democráticos. La consecuencia directa de ello es que los monumentos, sobre todo aquellos más cargados de ideología, se cubren de capas a la manera de las cebollas, susceptibles una tras otra de ser retiradas en sentido inverso a su crecimiento. Nada que objetar, salvo el hipócrita hecho de obviar que el monumento también tiene un enorme valor como documento (en ocasiones mayor que como pieza arquitectónica o como obra de arte). Todo lo que ha ocurrido sobre él, a lo largo de su historia, debe ser considerado relevante y digno de permanencia. Su ruina, en un momento dado, por supuesto, también. No la podemos, ni debemos revertir. El restaurador contemporáneo no puede borrar completamente momentos históricos vividos por/en el monumento. Tampoco renunciar a los compromisos y lenguajes de nuestro propio tiempo. Esa es la idea: no puede ser falso lo que no intenta parecerse al pasado. Al no recrear, al no reconstruir, no habrá nunca riesgo de falsificación. Esta es la razón por la que los nuevos arquitectos restauradores, los más dotados o los más comprometidos, cada vez estén menos afectados del mal del reconstructivismo. La consigna debería ser, por encima de cualquier otra, no falsificar, no reinterpretar, no mentir, no inventar.

Luis Cercós (LC-Architects)
Buenos Aires - Santiago - Madrid