jueves, 8 de diciembre de 2011

en TRÁNsito

8 de diciembre. Festivo en España y en Argentina, entre otras partes del mundo. De regreso a Europa. Acabo de aterrizar en el aeropuerto de Heathrow, en tránsito hacia Madrid, y añoro todo lo que he dejado y me espera en América del Sur: allá está la mayor parte de mi presente y todo mi futuro: mi esposa, dos de mis hijos, contratos por los que licitar, colaboraciones profesionales, sueños, anhelos y esperanzas. En la vieja Europa solo tengo ya a mis hijas dos mayores (que es mucho, por supuesto), los últimos encargos y cosas que resolver. Pero la decisión está tomada: hay (tenemos/tengo) que volver a empezar.

2011 ha sido, y no solo para mí y para los míos, un año nefasto. No solo un año de transición sino de auténtica catarsis: un año horrible sobre el que cimentar, sin embargo, una posible felicidad. Nada ocurre por casualidad y si lo hace, la casualidad no deja de ser también una herramienta del destino.

Echo la vista atrás y 2007, solo cuatro años atrás, está absolutamente lejos y no estoy hablando aquí de dimensiones claramente tangibles (el tiempo incluido) sino a otras: certidumbre o incógnitas, estabilidad o aventura, éxito o fracaso, soledad o compañía, experiencia o desconocimiento, vida o muerte, amor. Años que se precipitan unos sobre los otros y días que incomprensiblemente, como ocurría en nuestra infancia, parecen alargarse sin solución.

Ayer el sol que anuncia el próximo, casi inminente, verano austral me despidió invitándome a regresar y hoy, la niebla sobre el viejo continente me sugiere que voy poco abrigado. Metáfora de lo que me ha ocurrido en un último trienio sin protección que me ha ayudado a perder casi todo lo sobrante y mucho de lo faltante.

Pero aún conservo lo esencial: el amor de los míos, el amor por los míos y las ganas de seguir viviendo, creciendo y avanzando. El horizonte, como siempre, está lejos. Nunca lo alcanzaremos. Por mucho que corramos siempre estará allá, dividiendo con una línea perfecta el cielo de la tierra. O lo que es lo mismo, lo que somos de lo que queremos ser.

En fin, dos duras semanas por delante y un compromiso: escuchar y atender a nuestra verdadera esencia para conseguir, de una vez por todas, volver a nacer.

A partir de ahora la dupla Madrid-Buenos Aires cambia de sentido: Buenos Aires-Madrid. Dos continentes en los que trabajar, dos ciudades en tu corazón, pero un único hogar: Ítaca. O lo que es lo mismo: Mariela. Allá donde esté ella, allí estaré yo. Allí podréis encontrarme.

Y desde allá, en un mundo hoy sin fronteras, desde un tercer o segundo mundo que avanza mientras el primero se paraliza, haber sido capaz, con ayuda de tu compañera, pues solo no podías, de encontrar la respuesta a la única y verdadera cuestión: ¿qué quieres que piensen de ti cuando ya no estés los que son verdaderamente importantes?

Luis Cercós (LC-Architects)
Buenos Aires – Madrid

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