lunes, 18 de abril de 2011

Una vida de alquiler

Los lunes suelen ser días, dicen, de depresión. Toda una semana de trabajo por delante. Nunca fue así para mí pues me encanta mi trabajo. Reconozco, no obstante, que no es hoy, lunes, el mejor lunes de mi vida. Ayer domingo, mientras visitaba a mi madre en su habitación del hospital, viéndola tan delgada, tan frágil y tan vulnerable, tomé conciencia, una vez más, de nuestro propio destino. Somos testigos de una forma de vivir que se renueva permanentemente. Cada uno es hijo de su tiempo y no hay manera de cambiar eso. Allí tumbada nos hablaba ella de lo que la espera en un futuro inmediato, aferrada a sus creencias y a su manera, también, de entender la vida. Se me nublaron los ojos. El mundo, bajo los suyos, ha cambiado tanto que ella ya, prácticamente, no lo entiende: los estudios de sus hijos, la propiedad de su piso, el futuro de sus nietos, la influencia de la religión en el mundo actual, el sexo, la familia, todo ya es completamente distinto a como diseñó y organizó su vida y su familia. Anoche, al llegar a casa, abrí por fin el periódico del día y leí, quizá no tan casualmente como pudiera parecer, un artículo que hablaba de todo esto (Jordi Soler, EL PAÍS, 17 de abril de 2011, la vida ligera, página 25): En aquel nada lejano periodo de ilusoria Jauja, donde prácticamente cualquiera podía ser propietario de su casa, la mujer que nos ayudaba a meter en orden el caos que invadía nuestro piso de alquiler, era una señora ecuatoriana encantadora que se estaba pagando, por medio de una hipoteca, su propio piso. Pongo a esta señora como ejemplo porque me parece que su maniobra económica ilustra perfectamente la situación: vivía (antes) en un piso de alquiler mucho más grande, y pagando menos dinero al mes, que el piso al que se mudó, que era más pequeño y tenía una hipoteca que tendría que arrastrar 40 años, si todo salía bien. El motivo de este despropósito era que el piso era suyo; era más pequeño y estaba peor situado, pero era suyo. Si algo será tuyo dentro de 40 años ¿es (verdaderamente) tuyo? Y enlazando con ese cambio de modelo al que tienen que adaptarse los hombres y mujeres fuertes de hoy con la evidente vulnerabilidad de la condición humana de la que hablabamos al empezar esta entrada, el articulista finaliza su reflexión con un párrafo durísimo, pero profundamente revelador: La gran enseñanza de esta crisis es que nos ha hecho conscientes de nuestra fragilidad, nos ha enseñado que las posesiones materiales y el acopio son elementos de otra época y que la idea de la casa propia en realidad es lo contrario de la vida, que es propiamente de alquiler. Luis Cercós (LC-Architects) http://www.lc-architects.com/

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