sábado, 26 de junio de 2010

La casa de la joven adúltera

IN MEMÓRIAM
José María Díez-Alegría
(Gijón, 22 de octubre de 1911 - Alcalá de Henares, 25 de junio de 2010)
Educado en un colegio católico por decisión fundamentalmente materna, me reconozco actualmente completamente alejado de la religión, si bien mantengo mi antigua simpatía por la Compañía de Jesús, acrecentada recientemente con la revisión de La Misión, la magnífica película de Roland Joffé protagonizada por Jeremy Irons y Robert de Niro en 1986.

¿Por qué ese interés por los jesuitas? Pues básicamente por su compromiso con los desfavorecidos y por la ausencia de fáciles dogmatismos. Cristianos ilustrados que se preguntan constantemente lo que para otros es incuestionable. No es casual que de la Compañía de Jesús naciera la teología de la liberación o que durante el siglo XVIII los gobiernos europeos se propusieron conjuntamente acabar con la Orden por su defensa incondicional del papado y por su constante actividad intelectual. La formación de sus miembros empieza con el noviciado y continúa con un proceso de formación intelectual que incluye estudios de Humanidades, Filosofía y Teología. Además deben realizar tres años de «prácticas» (período de magisterio) en colegios o en otros ámbitos (trabajo parroquial, social, medios de comunicación) y profundizar en el estudio a fondo de idiomas, disciplinas sagradas y profanas, antes o después de su ordenación sacerdotal. Algo así como pretender y ser los líderes intelectuales del catolicismo.

Ayer murió en la residencia de jesuitas de Alcalá de Henares (Madrid, España) José María Díez-Alegría, 98 años, muchos de ellos en el Pozo del Tío Raimundo (ver fotografía), hace años uno de los lugares más humildes de Madrid. Oficialmente no era miembro de la Orden pues fue obligado por la actual inquisición vaticana a abandonarla o rectificar. No lo hizo y se tuvo que ir:

“Soy un jesuita “sin papeles”. Pero jesuita, al fin”.

Hoy, Juan G. Bedoya, en su obituario (EL PAÍS, 26 de junio de 2010, página 48) recuerda una de las historias con las que Díez-Alegría intentaba explicar la compatibilidad entre la fe católica y la teología de la liberación:

“Un catequista muy joven se topó con una joven muy pobre, casada y con hijos, que se había ido a vivir con un hombre viejo.

- Mujer, tienes que volver con tu marido. No puedes seguir con ese anciano.
- Claro que sí. Este viejo se va a morir enseguida, y me voy a quedar con su bonita casita. Luego me traigo a mi marido y a mis hijos, y problema resuelto.
- Pero, mujer, eso es contrario a la ley de Dios.
- No, si yo con Dios no tengo problemas. Yo le digo: Señor, tú me perdonas a mí y yo, por haberme hecho tan pobre, te perdono a ti y todos en paz”.

Lo dicho, descanse en paz, el maestro Díez-Alegría.

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